27 de abril de 2023

Ciclo abierto vs Ciclo cerrado

El análisis del Ciclo de Vida (Life Cycle Analysis o LCA) se está convirtiendo en la pieza clave para evaluar el impacto ambiental de un producto o proceso.

Ciclo Cerrado y Ciclo Abierto son conceptos directamente tomados de la química, donde los procesos de ciclo cerrado son los que conservan la materia en todo el proceso y solamente intercambian energía con el entorno, y los de ciclo abierto son los que intercambian materia y energía con el entorno.

Esto traducido a la ciencia medioambiental, nos separa entre productos y/o procesos que mantienen su ciclo cerrado, es decir, que los recursos reutilizan toda la materia y los de ciclo abierto, que liberan materia al medio.

Si observamos las actividades humanas primitivas, apreciamos que la mayoría eran de ciclo cerrado. Se intentaba no desperdiciar recursos y reutilizar todo lo que fuera posible. Además, las fuentes de obtención de materiales eran naturales, por lo que su retorno al medio era directo. Y he dicho la mayoría, porque gracias a que no todo era completamente reciclable, actualmente podemos encontrar vestigios de su vida en yacimientos de vertederos o enterramientos, y podemos conocer cómo vivían. No hace falta que los ciclos sean cerrados de forma estanca.

Con el desarrollo de las actividades económicas, sobre todo a partir de la Revolución Industrial iniciada a finales del siglo XVIII, los ciclos se han ido abriendo cada vez más, hasta llegar a finales del s. XX donde la cultura de “un solo uso” y la obsolescencia programada catapultaron los procesos de ciclo abierto hacia cotas nunca vistas, afectando de forma evidente al medio ambiente con los efectos que todos conocemos y podemos observar.

Actualmente somos más conscientes de que este modelo no es sostenible y debemos encaminarnos hacia ciclos cerrados. Pero ¿cómo hacerlo?

¿Somos realmente conscientes del impacto y del grado de uso de los recursos necesarios para obtener nuestros bienes y servicios?

El primer ejemplo que me viene a la cabeza es el de los plásticos de un solo uso, como las pajitas para la bebida. Las pajitas de plástico de un solo uso son un claro ejemplo de ciclo abierto, por lo que su prohibición estaba más que justificada; pero ¿cuál sería mejor alternativa?

Por un lado, han aparecido pajitas reutilizables, de plástico, aluminio o acero inoxidable, que se pueden limpiar y reutilizar indefinidamente. Pero por muchas veces que las usemos, tarde o temprano estas pajitas se convertirán en un residuo. A falta de un sistema óptimo de reciclado el ciclo sigue siendo abierto.

Otra opción son las pajitas de un solo uso, pero de un material biodegradable, como el papel o la celulosa. En este caso es preciso ver si este material al degradarse da lugar a substancias contaminantes o retorna al medio de forma directa. Son claramente una mejor opción, pero tampoco perfecta.

La tercera opción, que parece que no acaba de arrancar es la de pajitas comestibles, que una vez utilizadas no se conviertan en un residuo, sino que se incorporen a la alimentación. Este sería un ciclo cerrado claro, pero esta opción presenta muchos retos técnicos, como la conservación, el transporte o que no alteren y sean compatibles con las bebidas.

Entre las tres opciones, ¿cuál elegirías? Es difícil valorar.

Life Cycle Assessment o Analysis (LCA)

Para contestar a estas preguntas, se ha establecido el mecanismo de Life Cycle Assessment o Analysis (LCA) que he mencionado al inicio del post. A este proceso se le llama “From Cradle to Grave”, que podemos traducir como “De la cuna a la tumba”. Es decir, que abarca todas las fases de un proceso o producto, desde la obtención de las materias primas hasta el desecho o reciclado del mismo cuando ya no es de utilidad o se ha terminado. Se han creado 2 normas ISO, la ISO 14040 y la ISO 14044, para ayudar a las empresas en este trabajo.

Los pasos para llevarlo a cabo son los siguientes:

  1. Compilar un inventario de la energía y materiales utilizados y que se liberan al medio ambiente durante el proceso o la vida del producto.
  2. Evaluar el impacto ambiental potencial asociado con el inventario realizado anteriormente.
  3. Interpretar los resultados para ayudar a tomar decisiones informadas.
PRIMER PASO

El primer paso es el más complejo, ya que debemos contemplar absolutamente todos los materiales y energía utilizados. Por ejemplo, el impacto de comprar una materia prima ecológica en la otra punta del mundo puede ser mayor que la compra de la misma materia prima no ecológica, pero de cultivo local. O no, depende del medio de transporte utilizado, del tipo de envase y embalaje utilizado para el transporte, del tipo de cultivo no ecológico que se realice, etcétera.

Es muy importante hacer este análisis con una perspectiva desapasionada, y no dejarse engañar por falsos reclamos o sellos, ya que el greenwashing puede estar donde menos lo esperamos.

Un ejemplo de esto es la tendencia actual a crear ingredientes up-cycling. Normalmente son buenas iniciativas, pero a veces hay mucha prisa por subirse al carro y debemos ser críticos para ver por un lado el tipo de residuo que se está reintroduciendo en el ciclo y por otro el impacto de este proceso de reintroducción. Por ejemplo, no tiene sentido utilizar un residuo orgánico que retornaría por sí solo al medio o sería fácilmente compostado y realizarle un proceso más o menos contaminante para obtener un activo que no pueda retornar al medio por sí solo y que genere un subproducto no reciclable. Parece absurdo, ¿verdad?, pues sucede más de lo que nos podríamos imaginar.

SEGUNDO PASO

Una vez inventariados los materiales y la energía utilizados, debemos evaluar el impacto. Los tipos de impacto más utilizados para la evaluación son los siguientes:

Por ejemplo, no basta con que un producto, material o envase sea biodegradable, éste no debe eutrofizar o acidificar el suelo.

TERCER PASO

Una vez tenemos la información, podemos tomar decisiones para ir cerrando el ciclo de nuestro producto, para que produzca el menor impacto ambiental posible.

Y es un esfuerzo enorme, pero que entre todos podemos hacer.

Podemos explicar nuestros esfuerzos en el LCA de nuestros productos a nuestros consumidores y ayudarles a que sus acciones tengan menor impacto.

Está claro que por mucho que nos esforcemos en que nuestro champú tenga el mínimo impacto medioambiental, no podemos cambiar las políticas de residuos municipales de todos los pueblos y ciudades. Pero sí podemos aportar nuestro granito de arena y ayudar a nuestros clientes a que sean más conscientes de dónde están los problemas para lograr el ansiado ciclo cerrado.

En las últimas décadas del siglo XX rompimos muchos de los procesos de ciclo cerrado. Como siempre, es más fácil romper algo que arreglarlo, pero poco a poco y entre todos podemos ir recomponiendo nuestros hábitos y productos de forma coherente con el planeta.

Descubre más sobre Celia Campos, Technical Director y co-fundadora en MuttuLab, autora de este artículo.

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